miércoles, 24 de agosto de 2011

RAUL BARÓN BIZA - Carta al Papa Pío XI

A S.S. el PAPA PIO XI:

Señor: Vengo hasta Vos, sin la humildad del creyente, ni la
insolencia del ateo. Me acerco a tu trono, con toda la serenidad de un sacerdote de sí mismo.
No soy un extraño para los de vuestra casa, ni entro a ella amparado en la tarjeta complaciente de un secretario cardenalicio.
Embajador de mis Ideas, vengo a presentaros mis credenciales.
Dos millones de francos que me fueron arrancados por los que allá en Buenos Aires, la ya conquistada ciudad por tus huestes, ofician la santa
misa y bendicen vuestro nombre todos los días...
Dos millones que cayeron en sus arcas, que son también las tuyas y que tuve que entregarlos al conjuro de la memoria de un ser, para mí sagrado...
Como consecuencia de esa donación, con la que se ha construido
parte de un colegio de cuyos fecundos rendimientos financieros, tendrás, Señor, conocimiento, se me ha acordado el derecho de disponer de dos becas
vitalicias...
No las acepto y os las devuelvo, porque mi conciencia me niega
autorización para utilizarlas. Ella, no quiere complicarse en el crimen de desviación espiritual que allí se consume.
Esa donación fue hecha, Señor, para beneficio de los niños pobres, no para especulación de los pocos céntimos de sus padres obreros.
Fue Señor, confiada solamente en vuestra teoría, tuvo por sola
garantía la palabra de vuestro enviado y la fe que pretendieron inculcarme mis mayores.
Junto a mi dinero, muchos millones más agregaron a los míos...
Ya veis, Señor, que en esta cruzada no soy caballero sin honra y sin escudo... Si no mediasen las circunstancias apuntadas, que me otorgan tal derecho, no atravesaría yo, rumbo al Vaticano, la columnata circular de la
plaza de San Pedro.
Y así como todos los que hasta Vos llegan os ofrecen sus presentes, yo también quiero, sobre la bandeja de mi alma, dedicaros el de mi fe, mi fe
herida, triste, andrajosa, condensada en las líneas de un libro cuyas palabras
fueron dictadas a mi corazón por los Dioses, los solos Dioses, que guían la caravana de la Humanidad: lo innoble y lo grotesco...
Libro triste Señor, rebelde, escrito para los que gimen y para los que sufren bajo el peso de su cruz, cual modernos nazarenos...
Libro que ha de recordarte Señor la mentira de vuestros oropeles, la falsedad de vuestra prédica, libro que tendrá la cualidad afrodisíaca de recordarte como a los eunucos que no todo es oro y que existe el placer de poseer la vida.
Libro que ha de cantaros el verso penoso de la Verdad; el que
vuestros siervos se niegan a modular...
Palabras salvajes que rugen realidades, que copiaron sus bramidos a la tormenta del Gólgota, en la noche sin luna de la gran injusticia y que si fueran cantadas en tus iglesias romperían las lengüetas de tus armoniums y estremecerían los restos de tus santos.
Y para que tus porteros lo dejen pasar, para poder atraer tu atención, para que él sea una nota relevante de brillo en el salón entristecido de tu biblioteca oscura; he revestido de plata su portada.
Os lo entrego pensando que, como Señor de la Iglesia, forzado por el ritual de tus pontificaciones, tal vez harás llegar hasta mí el saetazo de tu
excomunión, pero convencido que, como hombre, cuando te asomes a tu propio corazón en plena desnudez espiritual, en la hora sin testigos, vis a vis con tu yo íntimo y te confieses ante el Cristo andrajoso y ensangrentado que llevas dentro de ti mismo... me tenderás tu mano... me pedirás ayuda.

RAÚL BARÓN BIZA

París, 1930.

(Carta enviada por el mismo Barón Biza al Papa Pío XI junto a un ejemplar de El Derecho de Matar).




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