miércoles, 22 de junio de 2011

UN DEDO EN EL CIELO

Nadie sabe exactamente cuándo ocurrió, a qué hora o cuánto tiempo duró. Lo cierto es que casi toda la ciudad (por no decir la ciudad entera), presenció el hecho. Un acontecimiento al que pocos sobrevivieron y del que se acordarán por el resto de sus vidas.

La mañana de aquel día otoñal no ofrecía un panorama muy distinto al de todos los días, excepto por un cielo gris, repleto de espesas nubes que prometían una inminente lluvia. Empezaron a asomarse algunos paraguas, y los trotes y corridas en busca de un techo protector del diluvio no se hicieron esperar. Y las puteadas y las caras de perro de los desprevenidos y rezagados tampoco. Ya las gotas eran gordas y pesadas, y el viento dejó de amenazar, para empezar a actuar con violencia y sin piedad. Los carteles volaban y las polleras se levantaban.
Ya no quedaba mucho tiempo…
Todos sabían muy bien que no se trataba de una simple lluvia de mitad de año. Lo denotaban sus caras, sus rezos y sus lágrimas… Sabían que era el fin. El fin que ellos mismos habían preparado y moldeado durante siglos.
No había tiempo para pedir perdón ni elevar oraciones. Ya era demasiado tarde…

PATER NOSTER, QUI ES IN CAELIS,
SANCTIFICÉTUR NOMEN TUUM
ADVENIAT REGNUM TUUM,
FIAT VOLUNTAS TUA,
SICUT IN CAELO ET IN TERRA.
PANEM NOSTRUM COTIDIANUM
DA NOBIS HÓDIE,
ET DIMITTE NOBIS DÉBITA NOSTRA,
SICUT ET NOT DIMITTÍMUS
DEBITÓRIBUS NOSTRIS;
ET NE NOS INDÚCAS IN TENTATIONEM,
SED LIBERA NOS A MALO,
AMEN.

Y una grieta luminosa dividió el cielo. El firmamento se abrió lentamente, y un silencio agónico y desesperado lo invadió todo. Era el momento… De aquella grieta surgió una mano, gigante, pesada, maltratada. Cerró su puño, y sólo un dedo, el del medio, permaneció firme y erecto. Era el dedo del juicio final.

Todo indica que ese fue el principio del fin.

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